lunes, 31 de julio de 2023

Notre-Dame de París - Victor Hugo

 


Para despedir el mes de julio, hoy voy a realizar la reseña de mi última lectura veraniega: Notre-Dame de Victor Hugo. Como tal vez ya sepan mis lectores, la historia que se narra es la de una cautivadora gitana, Esmeralda, que sobrevive en las calles de París aprovechándose de sus encantos en compañía de su cabrita Djali. 



También aparece en nuestra historia el legendario campanero jorobado de Notre-Dame, Quasimodo. 




Este es el ahijado de un siniestro sacerdote de la misma iglesia, Frollo, el cual siente una oscura obsesión por la figura de la gitana que acabará por desencadenar los acontecimientos.



Esta novela es una especie de recreación del mito de la Bella y la Bestia, representados en los personajes de Esmeralda y Quasimodo. Para aquellos que, como yo, hayan visto la película que Disney realizó en 1996 inspirada en el mismo libro (“El jorobado de Notre-Dame”), les comunico que poco o casi nada tienen que ver los acontecimientos de la película con lo que realmente sucede en la novela. En Notre-Dame, Hugo nos sumerge en un mar de emociones y sentimientos producidos, entre otras cosas, por el contraste que se produce al describir a un personaje extremadamente deforme y bruto a priori, y su inesperada profundidad emocional. Puesto que el pobre jorobado, Quasimodo, es alguien que se ha visto forzosamente alejado del mundo desde la niñez, y aún así, anhela más que nadie amar y ser amado. Por este y otros muchos motivos y rasgos de los protagonistas, es fácil sentir empatía por los distintos personajes y sus motivaciones, a pesar de los numerosos defectos que presentan.


Algo que me ha satisfecho mucho en este libro, ha sido el título de los diversos capítulos, que avanzaban alguna cosa de lo que sucedería en el mismo, y en los que Victor Hugo hace gala de un interesante uso de la ironía.

Un capítulo asaz sugestivo, del que solo diré que se produce un asedio a la iglesia de Notre Dame, representa muy vivamente imágenes de lo que sería el venerable templo bajo el ataque inédito de miles de personas. 



La novela gira continuamente en torno al magnánimo edificio de Notre Dame en el París de la Edad Media. Informándome un poco más acerca del contexto en que se encontraba Victor Hugo cuando compuso esta formidable novela, descubrí que la idea principal de la que partió todo fue la de defender la arquitectura gótica, cada vez más menospreciada en la sociedad francesa de la época. Este no es un hecho que pase precisamente desapercibido a lo largo de la lectura de la pieza, puesto que en numerosas ocasiones Hugo dedica varias páginas e incluso capítulos enteros a la defensa del amor por la arquitectura. 

De hecho, en la edición del libro que yo he leído, de Penguin Clásicos, aparece en el prefacio una nota añadida a la edición definitiva del libro en 1832 por el propio autor en la que él mismo manifiesta su intención de promover el aprecio por la arquitectura: “Inspiremos a la nación, si ello es posible, el amor por la arquitectura nacional. Ese es, el autor lo declara, uno de los objetivos principales de este libro; ese es uno de los objetivos principales de la vida”. Hugo defendía especialmente no solo la estima por el trabajo de los nuevos arquitectos si no la veneración por los antiguos monumentos. Esta necesidad surge de la preocupación que el escritor sentía por las demoliciones y olvidos a los que se sometían los vetustos edificios de París para luego transformarlos en nuevas construcciones de caracter sobrio y espartano. Al recibir un muy esperado encargo para realizar una nueva novela, Victor Hugo vio el cielo abierto para llevar a cabo su manifiesto a favor de la antigua escuela arquitectónica.



Uno de los capítulos que abordan este tema me gustó particularmente. Se trata del segundo capítulo del Libro Quinto de la novela, titulado “Esto matará a eso”. Haciendo referencia a una frase mencionada por Frollo, el arcediano, Hugo nos introduce en el océano de sus pensamientos comparando la arquitectura que tanto le preocupaba a él, con la imprenta, que fue inventada alrededor de la época en la que se producen los hechos y que supone para el sacerdote un deslumbramiento pavoroso por el temor a lo nuevo y desconocido que pueda traer consigo ese innovador invento. Así pues, el autor llena la narración de paralelismos entre ambas artes, afirmando que “desde el origen de las cosas […] la arquitectura es el gran libro de la humanidad […] Sellaron cada tradición bajo un monumento.

Esta idea, junto a todas las reflexiones que nos deja el escritor a lo largo del capítulo, me ha dado mucho que pensar y me ha hecho meditar acerca de conceptos que no me había llegado a plantear sobre la influencia de la arquitectura en las sociedades desde el inicio de los tiempos y el modo en que se reflejan las inquietudes de los hombres en los edificios y sus distintas maneras de construirlos. En los tiempos que corren, en los que nos hemos acostumbrado a que los volúmenes arquitectónicos que nos rodean sean más bien funcionales y se hayan olvidado hasta cierto punto las prioridades estéticas, me parece bonito y necesario parar a mirar los edificios que nos rodean y aprender a apreciar todo lo que tenemos al alcance de un paseo.


Por todos estos motivos, no cabe duda de que esta novela es la elección perfecta para cualquier fanático de la arquitectura. No obstante es necesario destacar que hubo determinados capítulos descriptivos en los que el escritor nos hace un recorrido extremadamente detallado de la ciudad de París y otras áreas, los cuales, si bien necesarios y notables, se me hicieron arduos de conquistar. En ciertos puntos de la narración Hugo se extiende hasta tal punto que puede complicársele la lectura al lector más avezado.

A pesar de esas escasas ocasiones en que la lectura se hace ligeramente más pesada, la novela no tiene desperdicio y la recomiendo a todos aquellos que quieran aprender acerca de los sentimientos más humanos que podemos albergar.




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